El pasado 31 de agosto, por el acostumbrado
medio del correo electrónico, remití a esta casa el texto de mi artículo «El
puzle de una vida». Recibido, como también viene siendo habitual, por Joaquín
Caballero —uno de los legatarios de Surdecordoba.com—, éste me respondió, con
el gracejo que lo caracteriza, que procuraría su publicación en un par de días,
si —cuidado con el condicional— la actualidad no obligaba a priorizar la
aportación de otro colaborador.
Surdecordoba.com, 01 de diciembre de 2016
Aquella
actualidad que el amigo Joaquín, guiado por una insana pasión lúbrica, que
algunos contemplamos de lejos, preocupados por nuestra impotencia lubricativa,
catalogaba de manera preferencial sobre mi honorable artículo, no era otra que
la fallida primera sesión de investidura de Mariano Rajoy, tras las elecciones
del 26 de junio. Finalmente, no hubo entremetimiento de tercero interesado, y
mi artículo fue publicado el 2 de septiembre. En cambio, el bueno de Joaquín,
desesperado (el vocablo está traído a pelo) por el estado de la política
nacional, resistió cuanto pudo, hasta que, a veinticuatro horas de las
elecciones vascas y gallegas, se desfogó, en un tono acorde con su apellido
paterno, con una moderación en el ánimo envidiable (yo habría ofrecido mi
voluntad gratuita a ciscarme en un puñado de ascendientes), la cual sólo se
permitió perturbar hacia el cierre, advirtiendo de su negativa a volver a
votar.
He
de reconocer que me congratulé entonces, aquel día 2. No por la ausencia de
contribuciones colaborativas, por supuesto, sino por quedar demostrado el grado
de excelencia de los opinantes con quienes comparto espacio, al no rebajarse a
gastar teclas y tiempo en tamaña generación política, plagada de míseros
pancistas y redomados cainitas… Aunque todos ellos (los pancistas y cainitas)
no sean otra cosa que el reflejo de la sociedad de su época, fidedignos
representantes de los ciudadanos.
Porque
no me negará ese tufillo mísero y redomado en el golpe de mano contra Pedro
Sánchez, cuando su situación era harto delicada. En un arriesgado ejercicio de
retrotracción, las elecciones de junio, sin pretender buscar responsabilidades
ni culpas, dejaron al PSOE en una posición crítica, dada su historia. Y
difícil. Con un tercer partido amenazando claramente su espacio político, y
seducido por la fagocitación, no por la alternativa, fuera cual fuera la
decisión del todavía Secretario General, el PSOE hubiera quedado muy
comprometido. Conformar una coalición de gobierno con el PP y Ciudadanos
hubiera disuelto su condición de oposición y su visibilidad en la primera
línea. Posiblemente, en otros países europeos, como se le reprochó a Sánchez,
el movimiento fuera razonable e idóneo, consecuente con la voluntad de los
electores, y, por ende, favorablemente valorado por ellos. Pero España no era
(ni es) Europa. Rencor, envidia e incultura… y ese tercer partido llamando a
las puertas. Votar no, por su parte, hubiera conducido a unas terceras
elecciones, lo mejor para Rajoy, quien se vería beneficiado y recompensado en
aquello que adolece el socialismo: una santísima paciencia. Por último,
abstenerse hubiera significado la ira de militantes y simpatizantes
emborrachados de una permanente inquina contra todo lo procedente de la derecha
española, barruntándose la previsión de una migración de electorado a otro
partido firme en sus convicciones de izquierdas.
Pedro
Sánchez se decantó por atrincherarse en el no a Mariano Rajoy, orden recibida
en un principio por su Comité Federal. Detalle éste que pareció olvidarse
cuando el canguelo de quedarse sin el sueldo de diputado o senador mandó su
tarjeta de presentación (recuérdese el cabreo de Madina, al instante de
quedarse sin escaño en las elecciones de diciembre). Sánchez mantuvo su no,
tecleaba, y yo alabé su obstinación, la coherencia de aquellas argumentaciones
que le servían de fundamento. Sabía que iba a morir, así que mejor hacerlo sin
renegar de sus principios. O sabía que no renegar de sus principios significaba
la muerte. Sánchez aguantó, en definitiva, hasta que lo expulsaron mediante una
conspiración que venía meses gestándose. Ahora desea recuperar la Secretaría
General, como hizo González (a quien también echaron, aunque él no parezca
recordarlo ya, al momento de proponer el abandono del marxismo), para regresar
con la fuerza de un líder.
Y
es que la principal virtud de la izquierda es su punto débil: el desdén a la
autoridad del líder. Es bueno que cada cual pueda manifestar libremente su
opinión. El problema aparece cuando, como español de bien, ese cada cual
considera que su opinión está por encima de las demás, y es la que debe prevalecer,
exterminando las otras.
El
PSOE, ante el miedo a la pérdida del escaño, se arrostró contra su líder,
despreciando principios y valores, para apoyar al PP. Manolo Guerrero me
comentó lo complicado que lo tendrían los socialistas para recuperar su
credibilidad después de tal compostura, a lo cual respondí que dejaron de ser
creíbles cuando González cambió la chaqueta de pana por la corbata de seda. Lo
que viene a ser hace años.
Surdecordoba.com, 01 de diciembre de 2016
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