Es
la escritora cuyo mayor número de obras he leído. Echando un vistazo rápido a
mi biblioteca, me aproximo a los setenta títulos, entre los cuales se encuentran
las cuarenta novelas y el puñado de relatos protagonizados por el gran
detective belga (no francés) Hercule Poirot.
Lucenadigital.com, 01 de diciembre de 2016
El año que está a punto de concluir
comenzó siendo el cuadragésimo aniversario del fallecimiento de Agatha
Christie, que murió el 12 de enero de 1976. Casualmente, durante el año
anterior, se conmemoró el centésimo vigésimo quinto de su nacimiento. Por
tierras británicas, el acontecimiento se celebró como correspondía: museos
temáticos, visitas y guías literarias, simposios, adaptaciones televisivas… Lo
que se debe hacer para evocar, festejar y ensalzar la figura de la novelista
más vendida y traducida, nombrada Gran Maestra por la Asociación de Escritores
de Misterio y Comendadora de la Orden del Imperio Británico por su reina; para
celebrar que en 2013 su obra El asesinato
de Roger Ackroyd fue votada como la mejor novela de crimen de todos los
tiempos. Y es que Christie tuvo la suerte de nacer en el Reino Unido. En
cambio, otros, como Cervantes, nacieron en España, por lo que el pasado año (cuadringentésimo
aniversario de la publicación de El ingenioso
caballero don Quijote de la Mancha) y el que finaliza (ídem de su
fallecimiento) no han merecido (salvo algún acto aislado organizado por la
siempre solemne Real Academia de la Lengua o por entidades culturales locales
de escasa repercusión nacional) más que una chapucera e infame pantomima,
bochornosa e insolente, en el Congreso de los Diputados, ante el careto pasmado
de la pandilla que ocupaba los escaños. Ridícula y cateta. Marca España.
Pero tecleaba sobre Agatha Christie.
Hija de un agente de bolsa estadounidense de clase alta, pronto aprendió a leer
y escribir, iniciando su idilio con los libros, que devoraba con avidez. Tuvo
sus pinitos en la escritura con los relatos y el teatro, se casó con el aviador
Archibald Christie, fue enfermera y voluntaria en la Cruz Roja durante la Primera
Guerra Mundial, donde tomó contacto con la farmacología y las sustancias
tóxicas (conocimientos utilísimos como material para sus historias) y cuando publicó
su primera novela, El misterioso caso de
Styles, en 1920, presentando al inmortal Hercule Poirot. Sin embargo, no
sería hasta la publicación en 1926 de El
asesinato de Roger Ackroyd cuando obtuvo su primer éxito, catapultando su
carrera literaria. Precisamente, cual paradoja de sus tramas policíacas, en diciembre
de aquel año, Christie desapareció durante once días; suceso que tuvo enorme
repercusión en su época. Jamás se supo la causa, ni la verdad en torno a su
paradero. Malas lenguas hablaron de venganza contra las continuas infidelidades
de su esposo. La cuestión es que Christie se divorció de él en 1928 y, pese a
seguir recurriendo al nombre para la firma de sus obras, volvió a contraer
matrimonio en 1930 con el arqueólogo Max Mallowan (otra clara influencia para
su narrativa). Durante la Segunda Guerra Mundial, reinició su actividad
farmacológica y llegaron algunas de sus célebres publicaciones: Diez negritos, Maldad bajo el sol o Cinco
cerditos. Por aquel entonces también escribió las últimas novelas de sus
dos personajes estrella: Hercule Poirot y Jane Marple (Miss Marple). Telón y Un crimen dormido nacieron con el deseo
de la autora de que no vieran la luz hasta su fallecimiento. Así ocurrió con el
último caso de Jane Marple: Un crimen
dormido se publicó en octubre de 1976. Por el contrario, Telón, el último caso de Poirot,
apareció en septiembre de 1975.
Sin duda, admiro a Hercule Poirot.
Está entre mis cinco personajes literarios favoritos, a la altura de Athos,
pero por delante de Sherlock Holmes, D’Artagnan y Diego
Alatriste. Las historias policíacas del detective belga (no francés) amenizaron
mi adolescencia y acompañaron mi incorporación a la madurez. Siempre me
fascinaron tanto sus actitudes y aptitudes como su método de deducción,
consistente en recopilar información mediante minuciosa investigación y, a
partir de ahí, reconstruir imaginariamente el asesinato situando mentalmente al
autor de los hechos. Después, venía la sorpresa, pues el idiota del asesino
confesaba con altivez, cuando, por lo general, Poirot solía carecer de prueba
de cargo contundente.
Aunque, quizá por su repercusión cinematográfica (notabilísima
aportación de Sidney Lumet en 1974, con una impresionante caracterización de Albert
Finney), Asesinato en el Orient Express
(1934) sea la novela popular de la colección Poirot, la mejor es El asesinato de Roger Ackroyd (Los relojes —1963— también es buena). En
cuanto a las interpretaciones, anotado el paréntesis, creo que Peter Ustinov no
supo transmitir la esencia de Hercule Poirot. Ahora bien, el trabajo de David
Suchet para las trece temporadas de la serie de televisión Agatha Christie: Poirot (1989-2013), con su flema, su pose, su expresión,
el movimiento de sus manos, las manifestaciones de la personalidad y los
principios del personaje y esa profunda, penetrante y arrolladora mirada (¡vaya
primeros planos!), convierte al actor británico en el más digno Hercule Poirot
que Agatha Christie hubiera podido imaginar.
Lucenadigital.com, 01 de diciembre de 2016
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