martes, 14 de noviembre de 2017

Feo (trilogía del chaval I)

Eh, tú, chaval. Sí, tú, no mires a los lados, es contigo.
Escucha, tengo algo que decirte. Sí, a ti, deja de hacerte el remolón y acércate… Mira, chaval, eres feo. Sí, para qué vamos a irnos con circunloquios, medias tintas o ambigüedades. Estas cosas, cuanto más directamente se suelten, mejor, sin ambages ni delicadezas. Eres feo, así de simple. No, no, no te hagas el sorprendido. Creerás que no sé que te miras todos los días al espejo. Anda, chaval, mírate ahora en ese espejo, hazme el favor, que te lo voy a aclarar un poquito, venga, plántate ahí. Vamos, alza la vista, mírate. Lo ves, ¿no?, ése eres tú. Observa detenidamente eso que te azota la vista, porque es todo tuyo. Esa piel demasiado pálida o demasiado hosca, demasiado sebácea o demasiado reseca; esa nariz demasiado aguileña o demasiado torcida; esas cejas demasiado pronunciadas o demasiado pobladas; esos ojos demasiado saltones o demasiado hundidos o demasiado miopes; esa frente demasiado ancha o demasiado estrecha; ese pelo demasiado escaso o demasiado rizado o demasiado hirsuto o demasiado casposo o demasiado grasiento; esas orejas demasiado grandes o demasiado separadas; esas ojeras demasiado lívidas; ese mentón demasiado prominente o demasiado partido; esas quijadas demasiado angulosas; esas mejillas demasiado remarcadas o demasiado mofletudas; esa barba demasiado dispersa o demasiado descuidada; esos labios demasiado delgados o demasiado belfos; esa boca demasiado grande o demasiado pequeña; esos dientes demasiado amarillos o demasiado torcidos… En fin, el conjunto es, francamente, deleznable… Eres feo, chaval, lo que se dice feo de cojones. No, no desvíes la mirada, aguántala, mantenla ahí, firme ante el espejo, sigue mirándote, a ver si comprendes que aquello que te decía tu abuelita era por lástima, y que lo que te repite tu madre es sólo fruto de su incondicional amor, que no tienes que tomarlo literalmente. Que tu abuelita y tu madre te engañaban, vamos, y que te siguen engañando. Debes espabilar de una vez, chaval, eres feo, y ésa es una cruz con la que tienes que cargar solito. Que sí, que muchas palmaditas en la espalda y muchos ánimos y muchas sonrisillas de complicidad, pero la cruz es tuya, chaval, toda para ti. Y fíjate bien, que esto no es una cosa que se arregle a la ligera, que esto no tiene solución, chaval, salvo que seas una mujer china con dinero y te sometas a un puñado de cirugías estéticas antes de encontrar a tu pareja y tener descendencia (y después las explicaciones serán complicadas, aunque cada cosa a su tiempo), que no es el caso, chaval, que no hay remedio a esa fealdad que arrastras. ¡Contén esas lágrimas, chaval!, ¡resiste, joder!, ¡sigue mirándote al espejo!, ¡asúmelo ya! ¡Eres feo!, ¿has terminado de darte cuenta?… No, no, no gires a un lado y otro ese careto, que aquí no hay perfil bueno, chaval, no busques el consuelo. Si pareces un esqueleto macilento y decrépito o un balón inflado por la gula o un saco deformado por los golpes, vaya, que pareces enfermo, chaval, por exceso, por defecto o por descuido, o que estás mal hecho, que, cuando papá puso su semillita en mamá, esos genes no combinaron bien o algo raro tuvo que pasar entonces. Sí, te lo imaginabas, sin querer aceptarlo del todo, ya habías tú descubierto algo extraño en aquellas fotos de tus abuelos, y tus padres, bien mirados… Ah, ah, ah, para, chaval, para, continúa mirándote al espejo, no despistes esa visual, que sea o no tu culpa importa un carajo, que seas el fallo, la singularidad, el error o el desecho de una familia de modelos o el mero eslabón de una extensa y anómala cadena sanguínea es cuestión cuya respuesta no me concierne. El problema es que eres feo a rabiar, y punto. Y atención, anótate algo: esto no se compensa con inteligencia o educación o cultura o amabilidad o bondad. Si tú, chaval, quieres ser (o eres) inteligente o educado o culto o amable o bondadoso será por eso, porque quieres serlo, o porque tu naturaleza te empuje a ello. Esto no es la puta balanza de la Justicia que equilibre el desaguisado biológico, que lo de la belleza interior es para las películas de Disney, chaval. Podrías ser un cabrón mezquino, un zafio analfabeto o un capullo intratable, no cambiaría la evidencia de tu fealdad. Aguanta la mirada ante el espejo, no te muevas todavía, chaval. Ahora descifras la reacción de esa chica, cuando te acercaste a besarla; o la razón por la que esa otra se ha abonado a darte largas; o aquel «seamos amigos» de la anterior a ellas; o el porqué de que escogieran a ese lechuguino de revista para el trabajo (vale, tu currículum era superior, te fastidias)… Sí, lo has entendido, ya sufrirás menos, lo veo en el reflejo de tus ojos que me ofrece el espejo. Eres feo, chaval… Venga, atiéndeme al momento: retírate, manda a tomar por culo ése y todos los espejos y sigue adelante. Lo vas mereciendo.

Surdecordoba.com, 01 de noviembre de 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario