Empleaba la expresión «intelectual total» para
singularizar a don Julián Marías. Pero ¿qué entiendo por intelectual total? En
un ejercicio de desvergonzada subjetividad, me hallo dispuesto a asegurar que
el intelectual total es un maestro de la curiosidad que ni repudia ni margina
órdenes o parcelas del conocimiento; lector voraz, insaciable buscador de
respuestas, cuyo vicio por satisfacer las constantes cuestiones que se plantea
le permite acumular un ingente saber, ubérrima cultura enciclopédica; equipado,
además, de una soltura lingüística que le habilita la expresión con la
precisión y el rigor necesarios, tanto en el lenguaje oral como en el escrito;
y desenvuelto, por último, en varios idiomas. Confiesa don Julián en «España en
venta» (6 de enero de 1989): «Tengo doce libros publicados en inglés —que
circulan en el ámbito de esta lengua, pero cuya edición se ha originado en los
Estados unidos—; once en portugués, y uno más ya en prensa —todos menos uno en
el Brasil, el otro en Portugal—; solamente dos en alemán, dos en francés, dos
en italiano (uno de ellos todavía no aparecido)» (adviértase la discutible
modestia del adverbio solamente).
Porque
don Julián era también escritor, y no simplemente «un intelectual que escribe»,
que «son dos cosas bien distintas. […] El “hombre que escribe” ejecuta una
actividad que no constituye —ni siquiera parcialmente— su personalidad; quiero
decir que es lo que es aparte de escribir; primero “es” —lo que sea—, y luego
escribe. La consecuencia es que en rigor no escribe “desde sí mismo”, sino a lo
sumo, desde lo que ha hecho, desde lo que sabe, etc. El escritor, en cambio, y
aunque no sea “sólo” escritor, no tiene una personalidad separable de esta
condición; se podría decir que sólo es —plenamente— escribiendo. Esta operación
se ejecuta en él desde su centro personal; el escritor está implicado en lo que
escribe, quiero decir en su escribir, no sólo en “lo escrito” (opiniones,
tesis, etc.). Esa su presencia en la página da a ésta un carácter personal e
íntimo […]. Es evidente que la condición de “escritor”, en forma estricta y
profesional, sólo puede asumirse normalmente por radical “vocación”. En algunas
sociedades es posible que otros estímulos periféricos atraigan hacia ello y hagan
posible la existencia del “falso” escritor, que lo parece por estar bien
“dotado”. En España nunca ha sido esto verosímil. Las razones para no ser
escritor son tan fuertes que sólo una vocación enérgica y cierta dosis de
insensatez pueden contrariarlas. Esa vocación emerge de las más profundas
raíces de la persona, de estratos […] más básicos aún que los que determina la
vocación “intelectual”. El escritor es siempre escritor irremediablemente […].
Y por eso el estilo literario, la auténtica retórica, es la convergencia
intrínseca de la letra con el espíritu; es “la letra que es espíritu”» («El
escribir y el escritor», 4 de mayo de 1960). Se me disculpará la extensa
transcripción, imprescindible prueba de cargo de su condición de escritor. Sólo
el escritor, lejos de los conciliábulos de los intelectuales que escriben,
sería capaz de producir bibliografía tan copiosa y tan desprendida del
arrogante, soberbio, halo del intelectual que escribe con pretensiones de que
su sapiencia sea glorificada por el vulgo; por el contrario, movido por la mera
necesidad, por la «vocación», de escribir.
En
alguna ocasión, hizo patente su faceta de académico (en 1964 fue nombrado
miembro de la Real Academia Española), y a más de uno nos llamó a capítulo con
su «Artículos extraviados» (9 de agosto de 1985), disciplinando sobre el
correcto uso de la lengua española. Abogó por la lectura como medio de
superación personal, siempre que se esté dispuesto a ello: «Se lee lo que no
interesa y además aburre; se contemplan con reverencia cuadros que no se
colgarían en la propia casa; se ven obras de teatro o películas en las que
dominan la fealdad, la grosería y el aburrimiento. Se contemplan […] programas
de televisión que hastían y envilecen. Se dan por “normales” cosas, conductas,
formas de vida que en modo alguno lo son […]. Lo importante es que el “estado
de error” únicamente se puede superar de dentro a fuera. Quiero decir desde
dentro de uno mismo, no con protestas ni recetas» («Estado de error», 17 de
agosto de 2000). Unas lecturas por momentos vinculadas con la Historia y su
contexto histórico, como en «Sherlock Holmes y el siglo XIX» (19 y 21 de septiembre de 1985) o «La clave
de los Episodios Nacionales» (27 de
noviembre de 1987): «Este es el error de muchos historiadores, muy especialmente
en nuestra época, que olvidan que la historia está realizada por hombres y
mujeres, es decir por vidas individuales, aunque lo que resulta de sus acciones
vaya más allá de ellas, de sus voluntades, de sus propósitos, hasta de lo que
habían imaginado».
Don
Julián Marías, el intelectual total, nacido, en fin, con una envidiable
lucidez: «Si se quiere entender un país —observó en “Un lector” el 26 de julio
de 1951—, una época, un hombre, no es bueno olvidar lo menor. Nuestra vida
actual se resiente de desatención a los detalles exiguos y reveladores, a las
facetas secundarias de las cosas, en que a veces se manifiesta del modo más
fino su condición profunda».
Lucenadigital.com, 2 de mayo de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario