domingo, 14 de mayo de 2017

Los artículos de don Julián (y II)

Empleaba la expresión «intelectual total» para singularizar a don Julián Marías. Pero ¿qué entiendo por intelectual total? En un ejercicio de desvergonzada subjetividad, me hallo dispuesto a asegurar que el intelectual total es un maestro de la curiosidad que ni repudia ni margina órdenes o parcelas del conocimiento; lector voraz, insaciable buscador de respuestas, cuyo vicio por satisfacer las constantes cuestiones que se plantea le permite acumular un ingente saber, ubérrima cultura enciclopédica; equipado, además, de una soltura lingüística que le habilita la expresión con la precisión y el rigor necesarios, tanto en el lenguaje oral como en el escrito; y desenvuelto, por último, en varios idiomas. Confiesa don Julián en «España en venta» (6 de enero de 1989): «Tengo doce libros publicados en inglés —que circulan en el ámbito de esta lengua, pero cuya edición se ha originado en los Estados unidos—; once en portugués, y uno más ya en prensa —todos menos uno en el Brasil, el otro en Portugal—; solamente dos en alemán, dos en francés, dos en italiano (uno de ellos todavía no aparecido)» (adviértase la discutible modestia del adverbio solamente).
 
Porque don Julián era también escritor, y no simplemente «un intelectual que escribe», que «son dos cosas bien distintas. […] El “hombre que escribe” ejecuta una actividad que no constituye —ni siquiera parcialmente— su personalidad; quiero decir que es lo que es aparte de escribir; primero “es” —lo que sea—, y luego escribe. La consecuencia es que en rigor no escribe “desde sí mismo”, sino a lo sumo, desde lo que ha hecho, desde lo que sabe, etc. El escritor, en cambio, y aunque no sea “sólo” escritor, no tiene una personalidad separable de esta condición; se podría decir que sólo es —plenamente— escribiendo. Esta operación se ejecuta en él desde su centro personal; el escritor está implicado en lo que escribe, quiero decir en su escribir, no sólo en “lo escrito” (opiniones, tesis, etc.). Esa su presencia en la página da a ésta un carácter personal e íntimo […]. Es evidente que la condición de “escritor”, en forma estricta y profesional, sólo puede asumirse normalmente por radical “vocación”. En algunas sociedades es posible que otros estímulos periféricos atraigan hacia ello y hagan posible la existencia del “falso” escritor, que lo parece por estar bien “dotado”. En España nunca ha sido esto verosímil. Las razones para no ser escritor son tan fuertes que sólo una vocación enérgica y cierta dosis de insensatez pueden contrariarlas. Esa vocación emerge de las más profundas raíces de la persona, de estratos […] más básicos aún que los que determina la vocación “intelectual”. El escritor es siempre escritor irremediablemente […]. Y por eso el estilo literario, la auténtica retórica, es la convergencia intrínseca de la letra con el espíritu; es “la letra que es espíritu”» («El escribir y el escritor», 4 de mayo de 1960). Se me disculpará la extensa transcripción, imprescindible prueba de cargo de su condición de escritor. Sólo el escritor, lejos de los conciliábulos de los intelectuales que escriben, sería capaz de producir bibliografía tan copiosa y tan desprendida del arrogante, soberbio, halo del intelectual que escribe con pretensiones de que su sapiencia sea glorificada por el vulgo; por el contrario, movido por la mera necesidad, por la «vocación», de escribir.
 
En alguna ocasión, hizo patente su faceta de académico (en 1964 fue nombrado miembro de la Real Academia Española), y a más de uno nos llamó a capítulo con su «Artículos extraviados» (9 de agosto de 1985), disciplinando sobre el correcto uso de la lengua española. Abogó por la lectura como medio de superación personal, siempre que se esté dispuesto a ello: «Se lee lo que no interesa y además aburre; se contemplan con reverencia cuadros que no se colgarían en la propia casa; se ven obras de teatro o películas en las que dominan la fealdad, la grosería y el aburrimiento. Se contemplan […] programas de televisión que hastían y envilecen. Se dan por “normales” cosas, conductas, formas de vida que en modo alguno lo son […]. Lo importante es que el “estado de error” únicamente se puede superar de dentro a fuera. Quiero decir desde dentro de uno mismo, no con protestas ni recetas» («Estado de error», 17 de agosto de 2000). Unas lecturas por momentos vinculadas con la Historia y su contexto histórico, como en «Sherlock Holmes y el siglo XIX» (19 y 21 de septiembre de 1985) o «La clave de los Episodios Nacionales» (27 de noviembre de 1987): «Este es el error de muchos historiadores, muy especialmente en nuestra época, que olvidan que la historia está realizada por hombres y mujeres, es decir por vidas individuales, aunque lo que resulta de sus acciones vaya más allá de ellas, de sus voluntades, de sus propósitos, hasta de lo que habían imaginado».
 
Don Julián Marías, el intelectual total, nacido, en fin, con una envidiable lucidez: «Si se quiere entender un país —observó en “Un lector” el 26 de julio de 1951—, una época, un hombre, no es bueno olvidar lo menor. Nuestra vida actual se resiente de desatención a los detalles exiguos y reveladores, a las facetas secundarias de las cosas, en que a veces se manifiesta del modo más fino su condición profunda».

Lucenadigital.com, 2 de mayo de 2016

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