Como
soy un negado para la lírica —carezco de la sensibilidad precisa para abordar
con destreza honrosa el paradigma del verso, el metro y la rima, en asonante o
consonante—, las palabras consagradas a Las
salinas del aliento, última obra de Manuel Guerrero, que usted, lector
generoso, se dispone a leer, no las tecleo porque Guerrero sea mi amigo desde
hace más de veinte años. Tampoco porque se trate de uno de los mejores poetas vivos del panorama literario,
único al que sigo con puntual actualidad. Y mucho menos porque me haga el honor
de prologar o introducir mi nuevo libro, que probablemente saldrá en primavera…
No. Nada de esto. Estas palabras las tecleo por ella. Por aquella persona a
quien el autor dedica su obra. A su fuente de inspiración y destino de cada
composición. Estas palabras las tecleo por su hija. Por Malena, que con apenas
un año, otorgando dignidad a su nombre, ya ha vivido más que la mayoría de
nosotros juntos… Vaya, así, por ella.