viernes, 28 de marzo de 2014

Ser pensador (viejo artículo)


Hace unas semanas, por motivos que no vienen al caso, me vi en la necesidad de leer la ficha biográfica de un individuo. Ficha autobiográfica, para ser más exactos. Tras plantar la foto y el nombre, antes de indicar su lugar y fecha de nacimiento, el tal recogía una lista integrada por una serie de ocupaciones. Cuatro o cinco, ejercidas simultáneamente, según entendí, pues no se fijaban en periodos temporales. El número y variedad de su actividad laboral no me llamó demasiado la atención, sin embargo. En estos tiempos de grave crisis, el pluriempleo es, más que un arte, una obligación. Lo que atrajo mi atención —si atendemos a que toda lista se elabora siguiendo un orden lógico decreciente— fue el primero de dichos oficios: pensador. Así, sin calificativo ni especialidad, seguido de coma y de la tarea de segunda categoría. Total, el figura era, ante todo y sobre todo, pensador. ¡Toma ya! Imagínese usted mi sorpresa. Me rasco la sien y la coronilla, cual mono. Apoyo la barbilla en una mano y el codo en la contraria, al abdomen. Miro a izquierda y derecha. Masajeo el mentón. Niego varias veces. Me retrepo en el asiento y elevo mirada al techo. Nada. Pero, ¿qué diablos era aquello de pensador? La cuestión no era, ciertamente, baladí. Era una salida profesional a tener en cuenta —si estaba capacitado para ello, claro— y, hasta el momento, de los miles de anuncios de empleo leídos ninguno se destacaba con algo así como Se solicita pensador cualificado. Solo tardes. Absténganse vagos y maleantes o Se ofrece pensador a tiempo completo. Vehículo propio. Me habría percatado, supongo. Concienzudamente, repasé la maldita ficha con la esperanza de que acreditara, al menos, una licenciatura en Pensadorología por la Universidad Carlos III. Iluso de mí, no hallé nada parecido, ni un curso de seis créditos siquiera. Ante tal extremo, decidí aplicar un poco de orden a la investigación.
 
En primer lugar, urgía concretar la definición. Eché mano, entonces, del diccionario de la Real Academia. «Pensador1, ra». «De pensar1», lo cual era ya una orientación. Como primera acepción, se recogía: «Que piensa», esto es, se da la acción y efecto de pensar; «imaginar, considerar, discurrir»; o bien, «reflexionar, examinar con cuidado algo para formar un dictamen», por alusiones. Que no se deja llevar por los impulsos o instintos, recurriendo al raciocinio, vamos. Lo que venía a ser un humano. De nuevo acudí a la foto, observé los rasgos andrógenos del sujeto. Por ser genérica en demasía, la acepción no servía a mis objetivos. La segunda: «Que piensa, medita o razona con intensidad o eficacia». ¿En un español? Absolutamente descartado. Esencialmente, si el asunto implicaba la eficacia. Imposible, y punto. Entender así el adjetivo vendría dado para naturales del extranjero, sin duda. La última acepción, por contra, tratando un oficio, era la más interesante. Considerado ahora el lema como sustantivo: «Persona que se dedica a estudios muy elevados y profundiza mucho en ellos». Demasiado magisterio, consideré. Mínimo, el fulano debiera ser un Sócrates y, sinceramente, el currículo no daba para tanto.
 
«Que en mi vida me he visto en tanto aprieto», como escribiera Lope. Terminado el artículo no encontré solución para la incógnita. Pese a, seguidamente, aparecía un segundo lema en el diccionario. «Pensador2». De pensar2. Y solo con iniciar la lectura de la acepción de este sustantivo, recuperé el ánimo. «En los cortijos de Andalucía», rezaba el diccionario, «mozo encargado de dar los piensos al ganado de labor». Profesión nobilísima, faltaría más. Descartado todo lo demás, comprobada la situación espacial, la conclusión era evidente: mi hombre era un pensador2. Dedicado a echarle de comer a las referidas bestias, o sea. Lo cual, con una adecuada distribución horaria, no era incompatible con sus restantes ocupaciones.
 
Definida la actividad, era saludable enmarcarla dentro del régimen de la Seguridad Social, por aquello de cumplir como señores las obligaciones impositivas, ya me entiende; amén de garantizar derechos y proteger la salud ante la opresión del cacique de turno. Consultada la lista, obvio el especial de autónomos, podría valer el especial agrario —un tanto forzado— o el general. Todo dependería del gusto o situación de cada cual.
 
En este punto di por finalizada la investigación, un tanto más tranquilo, conociendo los detalles. Si usted siente curiosidad —o desesperación—, le sugiero, a modo de paso previo, que desarrolle un estudio de mercado, incluyendo inversión en aprendizaje, balanza de oferta-demanda y expansión fuera de los límites autonómicos. El andaluz podrá aspirar a ser pensador2, el resto de españoles, tampoco pudiendo alcanzar el lema uno, tendrá que buscarse la vida.
 
lucenadigital.com, 23 de febrero de 2011.

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